DADLE mis ojos a la soledad
para que la espera sea menos oscura
mis labios al abismo, mi memoria
dádsela al vigilante de rugosas manos
para que en el allende escrito
por la melancolía
florezcan las vihuelas de poniente.
TODAS las noches se oye
por los recintos lóbregos
donde la luz se funda
el llanto de una voz.
Suena durante horas pero calla
cuando me ve dormir,
igual que si quisiera consolarme
o convertirme en otra voz
y así no llorar sola.
NOCTURNO
Entre las páginas
y páginas
en blanco
de mi silencio
encuentro la palabra
que yo decía por las noches
cuando los ojos ya
se me cerraban,
cuando la noche joven era
todavía
como un reinado incierto.
Palabra
que pasabas
de puntillas
por esa zona tartamuda
que hay entre los recuerdos
y el olvido,
frágil palabra
que entre mis labios
quietos
desanudó tu nombre.
EL FOTÓGRAFO
Cómo la foto de una ciudad
deja constancia de su luz o de sus calles
pero apenas nos informa acerca del fotógrafo,
si era zurdo o diestro,
tenía hijos o le gustaba ver el mar,
si le temblaba el pulso
pero tragó saliva y estuvo a punto de ahogarse,
si tuvo que empeñar algún reloj
que le legó su abuelo para pagar la cámara,
si pese a que no sabía leer
nuestro fotógrafo pensaba mucho lo que hacía,
si en realidad la persona que hubiera debido aparecer sonriendo
con la ciudad al fondo
de pronto recordó su infancia
y se volvió muy transparente
y no hubo forma humana de convencerle para que se comportara
como es debido
y se volviera razonablemente opaco,
si a lo mejor tan sólo fue fotógrafo
porque estaba de Dios que tenía que ser fotógrafo
pero, de haber nacido antes o más guapo,
hubiera sido perro o pianista.
Por cierto
¿se ha dado cuenta alguien
de que no sabemos si el fotógrafo ha comido,
si va a llegar a fin de mes haciendo fotos
en las que no sale nunca nadie?
¿Sabía el hipócrita lector
que cuando llegó el fotógrafo ni siquiera existía un paisaje
digno de tal nombre?
¿Existe alguna duda
de que nuestro fotógrafo es un vertebrado,
tiene cabeza, tronco, extremidades
y cierto aire de ternura
cuando le trae la luz lo que él desea?
SCHERZO
Hoy quiero hablaros de mis manos.
A veces, cuando estoy pelando una naranja
o mientras le recuento las sílabas a un verso,
me fijo en sus arrugas, en sus venas,
en el destello de oro
que me rodea el anular o en el reloj
(no sé por qué lo llevo,
yo siempre llego tarde y los minutos
son paraísos diminutos
si no se lleva prisa)
o en ese vello suave
que las protege de las zarzas
desde que los abuelos de mi abuelo
pintaron en el útero del mundo
aquellos mitológicos bisontes.
A veces, os decía, las observo
y sin que se percaten, cuando me dan la espalda,
les digo que se sientan orgullosas
porque descienden de otras manos
que levantaron templos y ciudades
allí donde tan sólo había polvo.
Hay en su tosquedad, en su eficacia
cuando me rasco o me retiro una legaña,
cierto deseo de agradarme.
Saben que sé que cuando estoy dormido,
sin que lo sienta apenas, se separan
de mis brazos y buscan por el suelo
todos esos poemas que vagan sin autor
que se apiade de su música.
Escogen los que saben que me agradan:
los que cuentan la historia de algún pájaro
que le fue infiel al aire
y se quedó a vivir junto a una rosa,
los que recuerdan a los muertos
o a algún antiguo príncipe
y cuando me despierto cogen algún papel
y dejan que me crea que yo soy el que escribe.
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