ESCRITOS CRÍTICOS SOBRE LA ESENCIA DE LA POESÍA

  La utilidad de la poesía - Requisitos mínimos del poema - Por qué funciona un poema  
Por qué empieza un poema - Cómo se empieza un poema - Cómo se acaba un poema



POR QUÉ EMPIEZA UN POEMA


    La audacia suprema que acuñó las primeras palabras en la garganta del hombre se refería a lo grandioso: fuego, sol, luna, viento, lluvia, trueno, árbol. Alguien inventó la palabra porque existía la cosa, y los hombres encontraron más útil referirse a ella que señalarla. Sólo así era posible hablar del pasado o del futuro, y expresar la causa del terror y la alegría. La palabra es la primera materialización del principio de economía, y ya no recorremos un camino para mostrar el peligro, sino que en lugar seguro nos referimos a él con una sucesión de sonidos que el otro entiende. Y tras lo grande vino lo pequeño, lo cotidiano. Flor, fruto, mano, boca, cueva, caza. Pero la capacidad humana de nombrar excedía el mundo exterior, y a base de palabras comenzó la construcción de la intimidad. Amor y deseo, gusto y costumbre, pero también odio, envidia, culpa y nostalgia. Estas palabras designan algo que es particular de cada uno, y por lo mismo no designan como las otras, no son del todo claras. Tienen un halo y no se tocan fácilmente. ¿Qué es el amor, qué es el odio? Tantas cosas como personas lo sienten. No son palabras unívocas, y de esta multiplicidad de significados que añade entropía a la manera de ver el mundo nacen la perspicacia y la sagacidad. ¿Qué es la inspiración?
    Hay algo nuevo que comienza cuando alguien se siente inspirado. Hay un impulso, una fuerza invisible que mueve las manos o la lengua a su dictado. Se distingue por sus resultados. Si estoy solo ¿quién, que no soy yo, ha escrito eso que está en el papel? Algo que no soy yo pero se vale de mí a su antojo para decir. La inspiración es transitiva, y su complemento directo —lo que se crea— nos produce asombro. «Eureka», dijo Arquímedes. Lo encontré. Cuentan que abandonó la bañera desnudo. «Háblame, Musa, del hombre ingenioso que vagó tanto tiempo después de haber destruido la ciudadela de Troya», dice Homero cuando pide ayuda a la inspiración para contar la peripecia de Ulises. Kekulé descubrió que los compuestos del carbono pueden formar anillos. Cuenta la leyenda que imaginó la estructura del benceno mientras dormía: «Volví la silla hacia el fuego y empecé a quedarme dormido. De nuevo los átomos saltaban delante de mis ojos. Ahora los grupos más pequeños permanecían modestamente al fondo. Mi ojo mental, más agudo, debido a las repetidas visiones de este tipo, podía distinguir estructuras mayores, con conformaciones diversas; largas filas, a veces más íntimamente unidas; todas retorciéndose y agitándose con un movimiento parecido al de una serpiente. Pero, de repente... ¿qué era aquello? Una de las serpientes había cogido con la boca su propia cola y su figura daba vueltas violenta y burlonamente delante de mis ojos. Como si hubiese sido el resplandor de un relámpago me desperté, y pasé el resto de la noche desarrollando las consecuencias de esta hipótesis.»
    El científico o el artista, el escritor o el ingeniero coinciden en subrayar la naturaleza arrebatadora de la inspiración. Sturm und drang, tormenta y arrebato, es la expresión alemana con la que frecuentemente se hace referencia al romanticismo, movimiento que exalta al individuo y la inspiración más que ninguno otro anterior. Si lo que se produce bajo los efectos de la inspiración es incomparablemente más alto, es lógico que se deifique a esta misteriosa fuerza. En el Fedro, Platón —por boca de Sócrates— tras hablar del delirio que se apodera de los profetas, hace referencia a otra clase de delirio «inspirado por las musas». Según el filósofo «todo el que intente aproximarse al santuario de la poesía sin estar agitado por este delirio que viene de las musas, o que crea que el arte sólo basta para hacerle poeta, estará muy distante de la perfección, y la poesía de los sabios se verá siempre eclipsada por los cantos que respiran un éxtasis divino.»
    Durante el siglo XX se repiensa toda la historia anterior con especial ahínco, y se reinstaura la inspiración —que es voluble, inexplicable, trascendental— bajo formas menos mágicas. Surge la creatividad, sobre la que tenemos potestad y hay maneras de convocarla. Es menos peligrosa. Edward de Bono es una autoridad mundial en pensamiento creativo. Se hizo famoso gracias a un librito titulado Seis sombreros para pensar. En esencia, de Bono propone analizar los problemas siguiendo una sucesión de puntos de vista —objetivo, emocional, negativo, constructivo, creativo y global— de manera que saquemos el máximo partido a nuestras capacidades mentales y, simultáneamente, no olvidemos ningún aspecto a la hora de enjuiciar una cuestión. No es nada revolucionario, pero de Bono tuvo la feliz idea de asociar a cada una de estas actitudes un sombrero de un determinado color. Así, asocia el sombrero blanco a los hechos y las cifras, el sombrero rojo a las sensaciones y la subjetividad, el sombrero negro a lo lógico y lo negativo, el sombrero amarillo a lo positivo y lo constructivo, el sombrero verde a la creatividad y las nuevas ideas. Para nosotros la clave está en que cada vez que nos pongamos metafóricamente el sombrero de un determinado color, debemos meternos —como enseña el método Stanislavski— en el papel correspondiente mediante la adopción de los gestos pertinentes. La mejor manera de adoptar interiormente una actitud negativa comienza adoptándola exteriormente.
    La inspiración es muy antigua. Los griegos la asociaban a unas divinidades —las musas— que se repartían los artistas como si fueran ministros. Las que nos interesan aquí son dos. Calíope —la de bella voz, la que enseñó a cantar a Aquiles y es protectora de la poesía épica— y Érato, musa de la lírica a la que se suele representar con una lira en la mano. El artista está a merced de las musas, y debe esperar a que éstas decidan iluminarle con el don de la inspiración.
    La creatividad, por el contrario, carece de esa pátina craquelada por el tiempo que recubre a su ilustre antecesora, no tiene unas diosas que la propicien y está dentro de nosotros. Es algo así como una inspiración industrial y moderna. Frente a la aristocrática inspiración, que elige sobre quién se derrama, la creatividad podría aparecer en un slogan del estilo: «Usted también puede ser creativo». Si los apóstoles de la inspiración son los poetas, los de la creatividad son los publicitarios.
    La inspiración viene de arriba o de abajo —si el papel de las musas lo ejerce Satán— o bien de algo que tenemos delante —un objeto, un recuerdo—, aparentemente no viene de dentro, mientras que la creatividad es más democrática y podemos desencadenarla a voluntad. La inspiración desciende sobre Rilke desde lo alto en el memorable arranque de su primera elegía.

¿Y quién, si yo gritara, me escucharía desde las jerarquías de los ángeles
y aun en el caso de que alguno me estrechara en su pecho
yo moriría a causa de su existencia más potente.
Porque lo hermoso es el comienzo de lo terrible
que aún podemos soportar
y lo admiramos porque, indiferente,
rehúsa destruirnos. Todo ángel es terrible […]

    Mientras que al ángel negro que era Rimbaud le brotan versos infraterrestres durante su estancia en el infierno.

Una tarde, senté a la Hermosura en mis rodillas. —Y la encontré amarga. —Y
                                                                                                 [la injurié.
Me he armado contra la justicia.
He huido. ¡Oh brujas, oh miseria, oh odio, a vosotros os ha sido confiado mi
                                                                                                   [tesoro!
Llegué a borrar de mi alma toda esperanza humana. Y para estrangular toda alegría he ensayado la acometida sorda de la bestia feroz […]

    Si la inspiración es grave, trascendente, la creatividad es insolente y juega, sorprende, transita los caminos por los que no se atreve el sentido común.

(1) Al horitaña de la montazonte
La violondrina y el goloncelo
Descolgada esta mañana de la lunala
Se acerca a todo galope
Ya viene la golondrina
Ya viene la golonfina
Ya viene la golondrina
Ya viene la goloncima
Viene la golonchina
Viene la golonclima
Ya viene la golonrima
Ya viene la golonrisa
La golonniña
La golongira
La golonlira
La golonbrisa
La golonchilla
Ya viene la golondía […]

    Un estudioso de la creatividad norteamericano de origen húngaro, de nombre casi impronunciable, Mihaly Csikszentmihalyi, concluye que los individuos creativos tienen una personalidad compleja, y son a un tiempo extravertidos e intravertidos, humildes y orgullosos, agresivos y protectores, realistas y fantasiosos, rebeldes y conservadores, enérgicos y pausados, agudos e ingenuos.
    ¿Qué puede hacer el poeta para que la inspiración o la creatividad le visiten? Nadie lo sabe. Igor Stravinski, compuso su concierto para piano en presencia del pianista que se lo encargó. Según cuenta éste en sus memorias, Stravinski tuvo una profunda crisis de inspiración, y se pasaba las horas con la mirada fija ante el teclado. Al parecer, un día en el que la desesperación hizo mella en su ánimo, dijo una frase que resume la actitud que debe mantener el poeta cuando las musas le abandonan: «Hay que creer». Hay que creer en las posibilidades de uno, en que las musas volverán. Si abandonamos esta actitud, si nos rendimos, es casi seguro que efectivamente no vendrán, porque las musas visitan al que las persigue con afán. Seguramente el cerebro es una glándula que produce ideas y necesita descansos, y estas retiradas de la inspiración juegan un importante papel renovador. Durante las épocas de ausencia, si seguimos trabajando, inconscientemente estaremos preparando el ascenso al siguiente escalón creador. Otro músico célebre, Sergei Rachmaninov, tras la composición de su primer concierto para piano —considerado por él mismo como una obra fallida—, y tras el fracaso de su Primera Sinfonía, entró en una crisis de inspiración que le llevó a abandonar su carrera como compositor. Se puso en manos de un psiquiatra, el doctor Dahl. El resultado fue su segundo concierto, una de sus obras más justamente famosas del repertorio pianístico universal.
    Decíamos que nadie sabe qué hacer para que la inspiración le visite, pero podemos aguardarla leyendo, escuchando, conociendo, apasionándonos. A la inspiración no le sientan demasiado bien las reglas establecidas, el yugo de la tradición, y aparentemente se le revela al artista cuando éste prescinde de su bagaje académico y se atreve. El doncel de Sigüenza, una escultura del siglo XV de autor desconocido, contrasta por su actitud relajada y naturalísima con el hieratismo característico de la escultura que se realiza por esa época. Todo denota el concurso de la inspiración: Frente a esculturas sin vida, el doncel lee con indolencia, en lugar de tosquedad, encontramos gracia, refinamiento, elegancia. Es obvio que el desconocido autor estaba al corriente de la iconografía de su época, pero decide no respetarla y nos lega una huella luminosa en la piedra que constituye la cifra de una época. No imaginamos al escultor del doncel creando su obra el primer día que empuñó un escoplo. Nadie sabe los años previos de estudio que hicieron falta para que pudiera surgir la obra maestra.
    Por más que sea una idea común en nuestros días considerar que todos tenemos las mismas capacidades, lo cierto es que los dones de las musas están mal repartidos. Según el matemático Jean Dieudonné (2) , la proporción de matemáticos originales en los países de tradición matemática es de uno cada diez millones de personas, lo que significa unos 150 matemáticos creadores activos en un país como Francia, y 600 en Estados Unidos o Rusia. Su etapa de actividad dura unos treinta años, al cabo de los cuales han producido varias decenas de memorias originales. En cuanto a los grandes innovadores matemáticos, el mismo autor afirma que se puede encontrar media docena de genios en el siglo XVIII, y unos treinta en el siglo XIX. En la actualidad —afirma— nacen cada año uno o dos en todo el mundo. Como es natural, hay muchos miles de personas más que dedican sus vidas a las matemáticas, y su papel es muy importante porque enseñan a las nuevas generaciones y tienen capacidad para detectar a aquellos alumnos especialmente dotados.
    Si miramos a la música, la impresión es semejante: las obras maestras se concentran en un puñado de grandes autores, tras los cuales se encuentran, a mucha distancia, los honrados y competentes artesanos del sonido. Resulta a este respecto ilustrativa la audición de la obra de profundos conocedores de la música, como Hindemith, Reger o Busoni, autores de catálogos extensísimos en los que es inútil buscar creaciones equiparables a las de sus más ilustres contemporáneos: Mahler, Bruckner, Hugo Wolf o Strauss. Por no citar a Adorno, Nietzsche, o Góngora, grandes figuras literarias o filosóficas sin fortuna en el campo de la creación musical. El gran Paul Klee —uno de los mayores pintores de la vanguardia del siglo XX— es autor de poemas carentes de interés, y aunque tocaba la viola profesionalmente en una orquesta, no produjo obras musicales de importancia. Los ejemplos podrían multiplicarse. Son muchos los llamados pero pocos los elegidos, y creemos que la situación en poesía no es muy diferente a la de las matemáticas o la música, con una particularidad. Los lenguajes de éstas son universales, y el contacto y la influencia entre autores distantes es perfectamente posible. Sin embargo, la poesía se encuentra inseparablemente unida al idioma en el que se concibe, y las traducciones constituyen frecuentemente un filtro en el que se pierde no poco de su valor, de ahí que la masa crítica de verdaderos creadores que cooperen a la búsqueda de nuevos retos sea más difícil de reunir que en otros ámbitos. El poeta está más solo.
    El poema debe comenzar impulsado por la inspiración o por la creatividad. Sólo así no será asimilable a millares de poemas escritos con anterioridad. Aunque la cantidad de creadores fundamentales sea muy pequeña, es posible adquirir con esfuerzo solvencia y oficio, cierta altura y dignidad. La palabra interés procede del latín, inter esse«dentro del ser»—, y las personas que tienen cosas dentro pueden llegar a escribir poesía interesante si cultivan sus aptitudes mediante el trabajo.


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