LA UTILIDAD DE LA POESÍA
El ser humano tiene una concepción económica del mundo, le guste o no, lo
reconozca o no, lo sepa o no. En realidad su vida misma depende de tener esta concepción. Antes
o después se ve abocado a tomar decisiones que implican ahorro, elección entre alternativas
incompatibles. Vamos por el camino más corto, o por el que nos parece más placentero, si
tenemos un vaso a mano lo empleamos para evitar que el agua se derrame, el náufrago que flota
sobre las aguas en una almadía busca la manera de alargar sus provisiones, el agricultor no
consume o vende toda su cosecha, sino que guarda en los silos grano para el año siguiente.
En realidad toda actividad humana tiene un significado económico, aunque el hombre ha olvidado
que el ámbito de lo económico excede al ámbito de lo monetario y lo patrimonial, y la palabra
economía ha sido pervertida por políticos y charlatanes. Etimológicamente, economía significa
«ley de la casa», y en ella incluimos nosotros todos aquellos preceptos que nos
hacen estar de manera racional en nuestra casa, que es el mundo. Hay una economía de la
satisfacción, una economía del amor, una economía del placer, una economía del odio, y el
ser humano invierte su talento y su ingenio para satisfacer sus necesidades, para ser amado,
para experimentar placer, para no ser odiado. En época relativamente reciente las sociedades
se organizan de manera que unos diminutos discos de metal representan la memoria socialmente
reconocida de una obligación que alguien ha contraído con nosotros, y la economía de la
satisfacción le lleva al ser humano a acumular esos pedacitos de aleación y a pervertir
inadvertidamente el sagrado, el prístino, el primigenio sentido de la economía quedándose
en las flagrantes monedas.
En este contexto la literatura es una de las expresiones máximas de la
economía. Podemos vivir lo que ha vivido otro sin más que leer sus escritos, podemos —y
aquí está lo verdaderamente importante— vivir lo que alguien ha inventado para nosotros
aunque sepamos que se trata esa manera específicamente literaria de mentira a la que llamamos
ficción. La literatura es una de las formas de economía existencial más perfecta por lo
eficiente que resulta. En las páginas de un libro encontramos la obra de un autor que ha
escrito para que nosotros vivamos, que ha vivido para nosotros, que nos ha previvido.
Por eso debemos leer a la manera de Stanislavski, existiendo en aquello que leemos.
«Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos
desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales
daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba
montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta
demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas
de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se
espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio,
y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de
desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más
se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos
de Melquíades».
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No sé las veces que habré vivido este pasaje de Cien años de soledad.
Quince, veinte, quinientas. Forma parte de mi biografía en verdad por más que yo no haya
conocido en persona al gitano Melquíades y sus maravillosas manos de gorrión. Yo he ido de
casa en casa, yo he visto los nuevos inventos. He aquí el sentido de lo literario: la vivencia
en la palabra de otro. La economía literaria es transitiva e instaura la multiplicidad y el
escritor es, de alguna manera, una madre remota que se nos brinda en el libro. Es común señalar
que poesía etimológicamente significa creación. Creación ¿de qué y mediante qué?: Creación
de vida mediante la palabra.
Toda la verdadera literatura es poética, todo texto que nos haga vivir es
poético, toda frase que se aloje en nosotros y nos conforme es poética. Creación ¿para qué?:
La utilidad suprema de la poesía es lanzarnos cosas dentro, introyectarnos experiencias,
rostros, verdad, nos permite vivir aceleradamente otras vidas, vivir más, retrasar la muerte.
La poesía nos alarga la vida por donde la vida merece ser alargada, que es el tiempo en el que
nuestras facultades mentales nos permiten entender un texto. Los tiempos anteriores y
posteriores son tiempos de los que no somos conscientes y, para lo que importa, son tiempos
vacíos en los que no vivimos de manera plena. Creación de vida mediante la palabra para
retrasar la muerte, eso es la poesía.
La literatura de ficción es eficaz para el efecto que nos interesa, pero no
es eficiente. Necesita explicar, maniobrar, introducir, caracterizar, desarrollar, descartar,
concluir, y en esos colosales desarrollos de la prosa la introyección de vida en
nosotros disminuye incluso en las novelas más sublimes. Digamos que asistimos a la llegada de
los obreros, las excavaciones, la construcción de los cimientos, la erección de la estructura,
de los cerramientos, tabiques y cubiertas, al trabajo de fontaneros, electricistas, ebanistas,
cristaleros. Presenciamos la construcción de la casa mientras estamos a la intemperie, lo cual
es interesante, no poético. Los miserables, A la busca del tiempo perdido o
Guerra y paz son ejemplos deslumbrantes del arte novelístico universal, pero encontramos
muchas páginas y episodios de propósito instrumental. Únicamente el gran poema permite mantener
al escritor la función específicamente literaria de manera constante. No hay desmayo, no hay
utilización, no hay tránsito de una cosa a otra, todo en el poema germina.
Cómo veo los árboles ahora.
No con hojas caedizas, no con ramas
sujetas a la voz del crecimiento.
Y hasta a la brisa que los quema a ráfagas
no la siento como algo de la tierra
ni del cielo tampoco, sino falta
de ese dolor de vida con destino.
Y a los campos, al mar, a las montañas,
muy por encima de su clara forma
los veo. ¿Qué me han hecho en la mirada?
¿Es que voy a morir? Decidme, ¿cómo
veis a los hombres, a sus obras, almas
inmortales? Sí, ebrio estoy, sin duda.
La mañana no es tal, es una amplia
llanura sin combate, casi eterna,
casi desconocida porque en cada
lugar donde antes era sombra el tiempo,
ahora la luz espera ser creada.
No sólo el aire deja más su aliento:
no posee ni cántico ni nada;
se lo dan, y él empieza a rodearle
con fugaz esplendor de ritmo de ala
e intenta hacer un hueco suficiente
para no seguir fuera. No, no sólo
seguir fuera quizá, sino a distancia.
Pues bien: el aire de hoy tiene su cántico.
¡Si lo oyeseis! Y el sol, el fuego, el agua,
cómo dan posesión a estos mis ojos.
¿Es que voy a vivir?¿Tan pronto acaba
la ebriedad? Ay, y cómo veo ahora
los árboles, qué pocos días faltan ...
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En el poema que cierra Don de la ebriedad, el primer libro de Claudio Rodríguez,
asistimos a la culminación de la aventura existencial y poética de un muchacho de diecisiete
años que camina pensativo por las tierras de Zamora. Esa hiperestesia perspicaz, esa mañana
trascendida por la mirada la experimentamos también nosotros gracias a que un poeta en estado
de gracia acertó a vivir para nosotros a través de la escritura de este poema celeste.
El Tractatus Logico–Filosoficus es una obra crucial de la filosofía que se pregunta por
aquello que podemos decir con sentido. Wittgenstein sostiene en su libro que las proposiciones
del lenguaje son una imagen del mundo y que no pueden ser nada más que eso, que no pueden decir
nada de ninguna otra cosa. Al final de su Tractatus expone Wittgenstein una de sus más
profundas y misteriosas tesis. Lo místico no puede decirse, pero sí puede mostrarse. El propio
filósofo se dio cuenta de su incoherencia por cuanto el propio libro caía fuera de lo que puede
ser expresado e incluye, por ejemplo, sentencias sobre ética o sobre Dios, los cuales
pertenecen según él mismo a ese dominio de lo inexpresable, acaso mostrándonos que existen
diversas jerarquías de lenguajes con propósitos diferentes, como si hubiera un lenguaje normal,
referencial, en el que lo místico no pudiera expresarse, y al mismo tiempo existiera un segundo
lenguaje de nulo valor científico o técnico que sí permitiera afirmar cosas que no resultarían
ni verdaderas ni falsas pero que serían pertinentes a propósito de lo que no se puede expresar.
Esté o no Wittgenstein en lo cierto, lo valioso de esta tesis consiste en señalar la diferente
naturaleza del lenguaje que a nuestro entender es el adecuado para referirse a aquello a lo que
es imposible aludir mediante el lenguaje empleado habitualmente por el ser humano. Al margen de
la dimensión existencial de la que hablábamos antes, la poesía tiene una dimensión metafísica
que transcurre por itinerarios exclusivamente lingüísticos y que los restantes lenguajes no han
hollado jamás. Gracias a esta circunstancia son posibles los poemas que están fuera del mundo
porque su sentido es inexistente para todo lector que no los lee en clave poética. Son
relevantes, pero no son necesariamente significativos y puede ser cierto que no digan nada.
Nos recuerdan a los neutrinos, que son unas partículas imposibles de atrapar y que atraviesan
constantemente la tierra. Se desconoce si tienen masa, pero son candidatos a explicar la
naturaleza de la materia oscura del universo que los cosmólogos postulan en las teorías que
dan razón del ritmo de expansión del cosmos. La poesía sirve para indagar en la materia oscura
de la existencia y se vale de un lenguaje que no necesariamente es significativo. Cuando, a
sabiendas de esta circunstancia, intentamos exponer las tesis de un poema, su sentido, su
significado, encontramos que para otro el significado es diferente. Leamos un breve poema sin
título de Manuel Álvarez Ortega de su libro Heredad de la sombra:
Junto a la quietud del agua.
En la piedra, antes de que la marea se haga oscuridad.
Vuelve a tu patria, ángel de luto.
Sea o no verdad la hora que maldice, sé como el aire, di tu lealtad.
Donde los rostros son ceniza.
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De este poema nada incuestionable puede predicarse. Quién es el ángel, por
qué está de luto, cuál es su patria, por qué habría de regresar a ella, qué rostros, qué
ceniza. Nosotros le encontramos un sentido espiritual, neumático, apocalíptico, escatológico.
El ángel, el que anuncia, alguna desgracia —«ángel de luto»—
debe alejarse del poeta —«vuelve a tu patria»— porque el poeta
ya ha alcanzado la serenidad —a la que se refiere de manera oblicua con el sintagma
«junto a la quietud del agua»— . «Los rostros son
ceniza» sugiere que alguien ha muerto, «antes de que la marea se haga
oscuridad» podría indicar que el poeta está a punto de sumergirse en algo, quizá los
recuerdos de la persona perdida, y desea quedarse a solas, por eso le pide al ángel que se
marche. ¿Por qué habría de hacerse oscura la marea? Porque así es la sensación de abandono que
el poeta siente tras la pérdida, de ahí que aparezca la palabra «maldice».
Los sintagmas «sé como el aire, di tu lealtad», son de gran importancia:
antes de que el ángel se marche, el poeta pretende recibir alguna información de la persona
perdida a través del propio ángel, que está en contacto con el reino de los muertos.
«Sé como el aire», libérate de tu misión y cuéntame lo que sabes de la
persona perdida, aunque no era eso lo que venías a hacer. Y le exhorta a pervertir su misión
por lealtad —«di tu lealtad»— a la persona muerta.
Pese a que nosotros mismos hacemos esta interpretación discutible, pensamos
que el poema es significativo en sí mismo por lo que el poema levanta en nuestro interior
cuando lo leemos, no porque seamos capaces de urdir una explicación que no le añade valor más
que para nosotros. Nos ilustra en torno a la parte oscura de la existencia. A nuestro entender
tenía Wittgenstein razón y hay cosas que no pueden decirse mediante el lenguaje. Cuando se
prescinde de este hecho y se persiste en el intento de decir aquello que no puede ser dicho,
nace la poesía. No puede decirse porque es imposible de decir, pero es posible intentarlo, y
la poesía es el resultado de ese intento condenado al fracaso en tanto que lenguaje
significativo. Muchas veces se ha considerado peligroso al poeta. Dice El Corán: «¿Os
diré yo cuáles son los hombres sobre los cuales descienden los demonios y a quienes ellos
inspiran? Descienden sobre todo embustero entregado al pecado y enseñan lo que sus oídos han
percibido y la mayor parte mienten. Son los poetas, a quienes los hombres extasiados siguen a
su vez». Pero sabemos que la poesía no es un fracaso. No consigue que todos los
lectores piensen lo mismo, no impone ni dicta, pero a cambio consigue que piensen algo,
transmite sensaciones, suscita, siembra, instaura, incardina, despierta, anuncia, contagia: nace.
El poema de Manuel Álvarez Ortega seguiría siendo un poema valioso aunque no
le encontráramos explicación coherente, porque el poema, además de introyectarnos vida
mediante la palabra para retrasar la muerte e ilustrarnos en torno a los aspectos de la
existencia que no pueden ser dichos, es un escaparate donde el idioma muestra al lector sus
hermosuras, donde el idioma se expone como alguien consciente de su belleza se regala ante un
espejo. En el discurso del poema las palabras se engastan para enamorarnos con su sonido, sus
relaciones, lo que significan y lo que no significan habitualmente pero han conseguido
significar en ese poema concreto, en ese verso concreto, por acción de la pericia del poeta.
Escuchemos el poema Estaba tendido, perteneciente al libro Los placeres
prohibidos, escrito en 1931 por Luis Cernuda, y que nos emociona como ningún otro.
Estaba tendido y tenía entre mis brazos un cuerpo como seda. Lo besé en los
labios, porque el río pasaba por debajo. Entonces se burló de mi amor.
Sus espaldas parecían dos alas plegadas. Lo besé en las espaldas porque el
agua sonaba debajo de nosotros. Entonces lloró al sentir la quemadura de mis labios.
Era un cuerpo tan maravilloso que se desvaneció entre mis brazos. Besé
su huella; mis lágrimas la borraron. Como el agua continuaba fluyendo, dejé caer en ella un
puñal, un ala y una sombra.
De mi mismo cuerpo recorté otra sombra que sólo me sigue a la mañana.
Del puñal y del ala, nada sé.
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En este poema irrepetible hay palabras que esplenden: Agua, cuerpo, alas,
huella, lágrimas, sombra, ala, puñal, espalda, labios. «Sus espaldas parecían dos alas
plegadas». ¿Hay manera más hermosa de referirse a un ser amado que descansa? ¿Y qué
decir del sintagma «Como el agua continuaba fluyendo, dejé caer en ella un puñal, un
ala y una sombra»? Aquí, el agua que continúa fluyendo, no es el agua, es el deseo y
el amor, en los que Cernuda deja caer «un puñal, un ala y una sombra». Esta
tríada se expone por primera vez junta ante el lector, y significa algo distinto de lo que
significa cada palabra por separado porque el poeta hace que cooperen sus significados de
manera sinérgica. Un puñal, un ala y una sombra: frío, aire y tristeza; dureza, libertad y
descanso; odio, huida y refugio; ira, ausencia y protección; venganza, impulso y frescor. Esto
no lo han dicho las palabras, lo ha dicho Luis Cernuda. El poema es un trono en el que el poeta
dispone las palabras del idioma para que nos dominen.
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